Las
decisiones que parecen intransigentes durante los primeros años de vida
resultan marcar toda nuestra existencia. Sobre esto reflexionaba Alexandra mientras se llevaba a los labios un
cigarrillo y miraba en retrospectiva su vida.
Su camino no cambió cuando entró en la academia militar como se podría
haber creído, eso sólo fue la consecuencia de algo que había sucedido mucho
antes. Su vida cambió cuando decidió no satisfacer los deseos de su padre, y
mucho menos los de su apellido.
Existe un
cliché, una conducta que se repite durante todas las generaciones de todas los
tiempos, los padres siempre se creen dueños de sus hijos, y los hijos siempre
se creen ajenos a sus padres, salvo algunas y muy contadas excepciones esto es
el común denominador en las familias funcionales del mundo.
La familia
Selva no escapaba de esta realidad, y se ejemplificaba cada vez que el
reconocido abogado James Selva le recordaba a su hija el catastrófico error que
había cometido al unirse al ejército.
Al
principio al señor James le pareció que era solo un momento de rebeldía y que
eventualmente se daría cuenta de lo mucho que le haría falta el dinero cuando
estuviese en la academia, pero con el pasar del tiempo se percató que Alexandra
había tomado una decisión, y la falta de control que esto le provocaba solo
hacía crecer la furia dentro de él, algo que se ponía al descubierto en la más
mínima charla con su hija.
_ ¿Al menos
podrías evitar fumar eso frente a mi? Ya es suficiente ver como desperdicias tu
vida, no deseo ver como la acortas.
_ ¿Desde
cuándo te preocupas por mi bienestar?, dijo Alexandra a la par que apagaba su
cigarrillo por puro recuerdo de algún respeto.
_ No me
hables de ese modo, eres mi hija, por supuesto que me preocupa tu bienestar.
_ Como
digas… ¿Qué querías padre? ¿Por qué me has citado aquí?
_ Siempre
al punto… al menos eso lo sacaste de mí, -hizo una pausa, midiendo sus palabras
prosiguió-, He estado hablando con Khaterine y llegamos a la conclusión de que Joy
sería un buen partido para ti. Él es un joven que trabaja en mi bufet, de
familia bien posicionada por supuesto.
La sola
mención de Katherine, la madrastra de Alexandra, podía hacerla hervir su
sangre, pero no quería perder la compostura frente a su padre.
_ Papá… ya
sabes que no estoy interesada en ninguna relación en estos momentos. –Mucho
menos si es para complacerte a ti, pensó, pero esto decidió guardárselo-
_Si
lo sé, pero estoy viejo, y eso es algo que no me escucharas admitir muy
seguido, necesito herederos. Ya me has dejado claro que no te interesa el
negocio familiar, al menos déjame intentarlo con mis nietos.
_ ¿Puedo
pensármelo? –Preguntó Alexandra aun sabiendo la respuesta.
_Puedes
pensarlo, pero la cita está fijada para el viernes de esta semana, a las 8.
Habla con él para los detalles.
_Guao, sí
que piensas en todo. –Dijo con cierta resignación.
La cena
continuó con pesada tranquilidad, las siguientes pocas conversaciones que la
acompañaron se centraron en la trivialidad de sus vidas: ¿Cómo está el
trabajo?, ¿A dónde irán estas vacaciones?, la verdad es que a ninguno de los
dos les interesaba las respuestas a tales preguntas, al Señor James solo le
interesaba su imperio, y a Alexandra solo le interesaba mantenerse lo más
alejada posible de él.
Finalmente James
le ofreció una hoja con los datos del dichoso Joy, Alexandra los tomó con
recelo, pensando que incluso en detalles como ese, su padre resultaba ser
increíblemente formal. Ambos se levantaron de sus asientos dando por terminada
la cena, y él la acompañó a su auto, ella tomó este gesto como símbolo de la
paz que tanta falta hacía entre ellos y lo agradeció.
No
es casualidad que ambas casas se ubicaran en lugares opuestos de la ciudad.
Alexandra se había mudado ahí con toda la intención de alejarse por completo de
su antigua vida, aunque sabía que iba a ser complicado dejar el sitio que había
sido su hogar por tantos años.
De
camino a casa repasó las palabras de su padre, él llegó a insinuar que a ella
le faltaría dinero, y quizás habría algo de verdad en esto si no se le hubiesen
presentado ciertas oportunidades en su camino.
A
este último pensamiento Alex se rió para sí misma mientras colocaba algo de
música en el reproductor, buscó algo clásico para relajarse. Las charlas con su
familia siempre la dejaban estresada. –Es cierto papá, pero no soy tonta, eso
también lo heredé de ti. Pensó.
Alexandra
sabía que no podía huir de la cita que su padre le había arreglado, pero
también sabía que no resultaría nada productivo de esa reunión… No importa lo
que sucediera, y había una muy buena razón para ello, jamás se podría emparejar
con Joy porque el artículo era un “el” y no un “ella”.
Cuando
era niña solía jugar con figuras de acción en vez de muñecas, algo que sacaba
de quicio a sus padres, pero la hacía feliz. En la secundaria era muy buena en
los deportes y odiaba tener que arreglarse como lo hacían las demás niñas para
llamar la atención de los varones, de hecho no se sentía atraída hacía ninguno
de los dos “bandos”, ella creía que su aberración por el sexo la acompañaría el
resto de sus días, y lo hubiese sido, quizás… pero para cuando terminó la
escuela y se preparaba para entrar en la academia, sucedió algo que le
revelaría aquello que no había querido
notar mucho antes.
Su
nombre era Mary, trabajaba en un laboratorio clínico en donde Alex se tenía que
hacer unas pruebas, y aunque ella no era la chica más bella que había conocido,
si era, por mucho, la más interesante. Se hicieron amigas gracias a un libro
que tenían en común, y casi desde ese instante Alex se dio cuenta que era
homosexual. Sin embargo nunca se lo dijo, nunca le hizo mención a Mary de su
profundo cariño, pero sabía que si ella le hubiese dado siquiera un indicio,
Alex habría olvidado todo y se habría enfrentado a su familia, y al mundo. Algo
que finalmente no fue necesario, porque nunca hubo tal cosa como un indicio.
Luego
de eso vinieron otras cosas, la academia militar fue el trampolín hacía otra
carrera muy bien pagada pero legalmente inaceptable. Alexandra Selva además de
ser Capitán en la aviación nacional, era una de las líderes de la mafia MS-14,
una ampliación de la mundialmente famosa MS-13, pero con una columna vertebral
ligeramente más “decente”, sus similitudes con su predecesora terminaban cuando
se trataba del trato a inocentes “civiles”, a los que había que mantener al
margen todo lo que fuese posible. Por supuesto, siempre ocurrían accidentes.
La
combinación de estas dos carreras era perfecta, Alexandra tenía suficientes
contactos en las fuerzas para saber dónde no estar en determinados momentos, y
también le facilitaba el acceso a diversos materiales que de otro modo, serían
inaccesibles. Ella había aprendido que la mayoría de las personas no son lo que
parecen, y que si vivimos en un mundo corrupto, solo resta vivir de la ley del
más fuerte. Ella pretendía sobrevivir, y todo el conocimiento que había
adquirido a lo largo de su vida (armamento, leyes, seguridad, etc.), la habían
ayudado a subir rápidamente de jerarquía en los mundos donde se movía.
Ciertamente Alexandra era una chica muy lista. O al menos eso creía.
Su
modo de vida la hacía permanecer en el anonimato, incluso en la mafia había que
tener un alto rango de confianza para verle la cara (algo que casi nunca
ocurría). Esto hacía que en la mayoría de los casos su trabajo no fuese
reconocido, o al menos no con su nombre estampado en el, como suele ser el
error de quienes realizan grandes obras. Ella podía vivir con eso, podía vivir
sin el reconocimiento público de sus hazañas, pero sabía que no podía vivir sin
dinero, su padre tenía razón en eso, o quizás simplemente es lo más importante
para aquellos que nunca conocieron el amor, ni nada semejante. A excepción de
Mary, sus relaciones interpersonales siempre fueron bastante calculadas, frías
y tarde o temprano terminaban sin que a ninguna de las partes les afectara. O
por lo menos, a ella no le afectaban.
No
era que Alexandra se alejara completamente de su orientación, en su mundo
necesitaba discreción, y aunque había tenido muchas amantes, no era de las que
colocaban una bandera multicolor frente a su casa, ni salía en marchas en honor
al orgullo. De hecho, muy pocas personas sabían de sus inclinaciones, y siempre
que conocía alguna chica, lo hacía de casualidad cuando pasaba por algún bar
luego de un trabajo, o antes de uno.
Fueron muy pocas las segundas citas, si es que
alguna vez las hubo.
Cuando
llegó a casa hizo lo de costumbre, revisó su email, respondió algunos asuntos
importantes del trabajo, se ejercitó, puso a llenar la bañera con agua
caliente, y finalmente se metió en ella.
Su vida
era, en términos generales (es decir, si obviamos el hecho de que tenía una
doble vida) bastante simple y monótona. Eran contadas las ocasiones en las que
se sentía en peligro, y las situaciones solían resolverse casi inmediatamente.
Alexandra se sentía tranquila con su día a día.
Al salir
del cuarto de baño se colocó una de esas batas cuya tela sedosa parece fundirse
con la piel, resaltando así su tonificada figura. Ella era consciente de esto,
sabía que era propietaria de un cuerpo envidiable, pero pocas veces se afincaba
en el para obtener lo que quería, como normalmente sucede. Posterior a este
pensamiento se dispuso a encriptar la conexión a internet para revisar los
asuntos de su “otro” trabajo.
Finalmente habían
llegado los datos que había estado esperando toda la semana, entre las cosas a
resaltar estaba el envío y posterior recepción de una cantidad importante de
anfetaminas. En el correo se especificaba como sería el procedimiento y su
trabajo en este caso consistiría en tener todo listo en el puerto de la ciudad
con sus contactos en la marina. Además debía enviar una pequeña comisión para
“asegurarse” de que todo marchaba bien. Lamentablemente el cosmos siempre
conspira para que la ironía reine nuestras vidas, y como ciertamente ella no
era la excepción, el envío se realizaría precisamente el viernes en la noche.
Ya saben,
la mafia nunca duerme. Tendría que garantizar que todo se hiciese correctamente
antes de la cita con Joy, y probablemente estaría distraída en ella… Decidió no
pensar mucho el asunto, simplemente dejaría que las cosas ocurrieran. Después
de todo, era una cita que estaba destinada a terminar mal.
En
circunstancias normales, Alex tendría que pasar gran parte de la semana en la
fase de planeación, sin embargo, en esta oportunidad ya ese trabajo estaba
hecho, de eso se percató cuando revisó los archivos adjuntos al correo, no solo
había un completo itinerario, si no información de los posibles implicados, de
las posibles complicaciones y qué hacer en caso de que alguna de ellas
ocurriera. Sirvió también para percatarse de la cantidad de dinero que se
estaba moviendo. Fue una gran motivación para ella saber que parte de eso iría
a sus bolsillos en unos días. Luego de revisar exhaustivamente en busca de
algún error que corregir, terminó la conexión segura y se dispuso a ir a su
habitación.
Pensó en
ver alguna película, pero a mitad de lo que sea que estaba viendo en la tv, se
quedó dormida. No fue sino hasta que escuchó la puerta que se despertó, alarmada,
e instintivamente buscó el arma bajo su almohada tratando de hacerlo parecer un
típico movimiento de una persona somnolienta.
Estaba
segura que había escuchado algo, y estaba segura que ese “algo” seguía ahí y no
era consciente de que ella ya estaba despierta.
Los
segundos pasaron tensamente, hasta que escuchó pasos, de una persona
acercándose al baño.
¿Al baño?
¿Por qué un
asesino se metería en el baño de la persona que desea matar?, al darse cuenta
de lo ridículo de la situación levantó la vista sin importarle que la persona
en cuestión se percatara de su movimiento.
Al ver que
la luz se encendía y que la puerta estaba entreabierta, decidió que sólo podía
ser una persona, aunque esa persona no tuviese ningún motivo para estar ahí.
_ ¿Qué
estás haciendo aquí?, preguntó a la par que se levantaba.
_Oh,
disculpa, ¿te desperté?, lo lamento, solo quería pasar a darte una sorpresa.
_ ¿La
sorpresa era usar mi baño a las… -miró el reloj al lado de su cama- 3 de la
mañana?
_ No
exactamente… -la misteriosa voz tomó una pausa-
Ésta era la sorpresa.
Acto
seguido se abrió la puerta del baño y salió una hermosa mujer vestida con un
corpiño de encaje rojo a juego con unas bragas también de encaje. La chica era rubia,
de ojos celeste, parecía una modelo que desfilaba ropa íntima. Y estaba ahí, en
la puerta de su baño, con intenciones bastante obvias.
_ Entonces…
¿sólo querías desvestirte en mi baño a las 3 de la mañana? –Preguntó a sabiendas
de que solamente estaba intentando sonar indiferente, pero la verdad era que
algo así no podía pasar desapercibido a sus ojos.
_ ¿No te
gusta?- Dijo la mujer desde la puerta, mientras iniciaba su andar hacia
Alexandra.
_ No dije
que no me gustara… es solo, que estoy sorprendida. ¿Cómo entraste aquí?
_ ¿Importa?
_ ¿Responderás
a todas mis preguntas con otra interrogante?
_ Si es
necesario, lo haré. –Dijo acortando la distancia entre las dos aún más-
Alexandra
pudo sentir el olor de la mujer que tenía al frente, era una combinación de
rosas, y algo fuerte, como almizcle. Y conforme la mujer se iba acercando ella
pudo notar que también olía a alcohol y humo de tabaco.
_ ¿Estabas
bebiendo?
_ Un poco,
digamos que estaba aburrida…
_ Y
decidiste divertirte conmigo – Alexandra estaba consciente de que aunque
tratase de evitarlo (que no lo hacía), estaba irremediablemente en el juego de
aquella seductora figura.
_ Si sigues
con ese interrogatorio, pensaré que quieres que me vaya, y eso sería una
lástima.
A esas
palabras Alexandra respondió levantándose súbitamente de la orilla de la cama
donde había caído al inicio de la conversación, y con un rápido movimiento tomó
a la mujer por la cintura y la besó con firmeza, pero al mismo tiempo con
delicadeza, como se deben besar los labios de una mujer. Unos segundos después
se separó, la miró y le susurró al oído: -Sabes que no es mi deseo que te
vayas… pero si te quieres ir, eres libre- Mientras la miraba con picardía.
Sabía que ni la mujer querría irse, ni Alexandra querría dormir sola esta
noche.
La
mujer no respondió, solo se rió en complicidad, y ahora fue ella quien la besó.
Esta vez con lujuria.
Al
cabo de unos minutos ya estaban en la cama, abalanzándose sobre el deseo sin
medida, sin control. Los besos se tornaban cada vez más desesperados, y el
proceso de desvestirse duró menos de lo que esperaba.
Luego,
ya despojadas de sus escasas prendas Alexandra se colocó sobre la misteriosa
mujer y lentamente inició su descenso desde su lóbulo derecho, hasta su
abdomen, pasando por su cuello, deteniéndose un poco en sus senos, y jugando
con su ombligo. Sabía que la espera estaba matando a su compañera, pero esto no
la hizo apurarse. Decidió tomarse su tiempo y cuando finalmente emprendió de nuevo
su descenso no se detuvo en donde la ansiosa mujer hubiese deseado, al
contrario, siguió bajando, y con esmero besó las piernas, primero la derecha, y
luego la izquierda. Sabía que la desesperación en el cuerpo que estaba por
poseer creía inmensamente. Y entonces se detuvo bruscamente. Alzó la vista y
miró con picardía a la cara de la mujer.
_ Así que
–hizo una pausa- me ibas a decir como
entraste a mi casa… -Dijo finalmente
_ No
importa ahora- respondió entre jadeos y obviamente alterada- Por favor,
continúa… dijo casi como una súplica.
_ Oh no, y
acarició las piernas de su amiga – Tú me
vas a contar cómo entraste, Kate, o pasaremos toda la noche aquí, y no será
agradable- Ahora empezó a acercarse más a su cuerpo, pero ésta vez sin tocarlo
ni un poco.
_ Por
favor… no me hagas esto.
_ Solo
tienes que contarme.
_ Está bien
– Dijo con un tono de frustración – te robé una copia de la llave hace tiempo,
y vi cuál es tu clave de acceso. Lo estaba guardando para una ocasión especial.
_ Ya veo… te
has convertido en una chica muy atrevida… ¿Eras así cuando te conocí?
_ Ahora
mismo no lo recuerdo… -dijo entre jadeos, y fue lo último que hablaron esa noche.
